domingo, abril 15, 2012

Desde el serpentín de Cieneguilla

Estoy en el auto pasando calles Musa, La Molina. Una gran canteras de arena al costado de la carretera y una similar, pero clausurada, un par de kilómetros al este, por donde sale el sol. El valle en el cual nos adentramos es similar a Caral. Estribaciones de mediana altura peladas por la erosión y el calor de imágenes en diapositivas plantadas de raiz en la tierra feliz y ardiente con sus árboles tercos plantados por los pobladores; para luego dar un sofocante paseo al medio día que me recuerda también a un trozo de desierto ignoto.
Veinticinco minutos de la avenida Javier Prado, donde circulan autos y demás fauna metálica, y luego solo ese puñado de minutos para alcanzar la aridez tranquila y segura donde empiza Cieneguilla, los corredores de árboles acompañan al conductor, los restaurantes campestres invitan. los caminos se estrechan para subir a condominios privados, selectos, distantes casi necesarios para sus dueños. Varias preguntas aparecen en la mente, y la mente me da respuestas sueltas, desvencijadas, sudorosas. Entonces es momento para un choclo con queso, detenernos, esperar y regresar doblando curvas maestras, empinadas pendientes y con soltura deslizarse através de los cerros monocromáticos, y permanece en la boca un sabor a tierra cocida por el sol, la gran via expresa y el metropolitano se dejan ver, hemos regresado.

lunes, febrero 13, 2006

Lima y Tu

Lima es un invierno decisivo que abiertamente me carcome las articulaciones en una azotea de Surquillo, donde se perciben los edificios de San Isidro como si salieran de revistas de arquitectura. Lima es un camino bajo el puente de los suspiros Barranco para ver el mar que se funde con el cielo gris. Lima es una estribación enorme que nos divide de los que viven en La Molina; es una nube contaminada de manchas negras que navega con la ciudad hasta llegar al próximo paradero, es una canción de Pink Floyd en una oficina, es la madera seca de los árboles en el Olivar, es la mano que recoge un par de monedas en mitad de la pista, es una policía de pantalones ajustados en una motocicleta de séis mil dólares; es una ola estrellándose contra los recuerdos en San Bartolo cuando la subida de la vereda nos da sorpresas, es un arco iris que se completa alrededor del sol cuando es verano y su resplandor invisible en otoño; es un invierno funesto en los estómagos al salir de los bares del centro, es la advertencia de peligros en la noche cuando intentas seguir la farra de los músicos, pintores y poetas que se encuentran cerca de la Plaza San Martín, por el jirón Quilca dicen algunos.

Lima, está de pie cuando suben el pasaje, cuando le atropellan a su juventud, sobre todo de la Universidad Católica, pues la demás no cuenta. Lima va en contra el sentido cuando alaba a los artistas y no les deja espacios para expresarse; Lima va en mi corazón como una astilla, como un pedazo partido de algún cuchillo, y me da razones para escribir sobre la sangre y la nada que habitan en nuestros días. Lima avanza con el cambio de temperatura para que los compradores no pierdan el ritmo, por estar solos en tiendas inmensas, y vuelvan con la cara pelada de impotencia al sofá de la sala. Lima me vuelve loco con su múltiple ruido vernacular, con su envidia centenaria, sus pirañas del asfalto, sus taxis conducidos por cientos de profesionales; su poca elegancia. En Lima estudio al ser humano, a la mujer, a la mayor parte que no tiene nombre, y lo hago con seguridad para que no me caiga a dentelladas, para que pueda sobrevivir un día más; en esta urbe quiero ver mas allá, y de repente, lo más probable, es que me quede viendo el horizonte gigantesco bajo la aurora, donde se me escapa el rayo verde del final de la tarde.

Lima es una hora punta que escarba en el reloj interno de todas las avenidas, de todos los charcos y ventanas, de todos los cielos que se empecinan en revolverse con las nubes grises de tristeza que en suprema marcha arrojan un llanto fino y persistente de los ángeles.

Lima es un café en la avenida Arenales, es un cruce de sorpresa en la vuelta de un óvalo, es un autobús que viene de la madrugada, una taza de te por desayuno, un sobre manila donde se guarda un curriculum vitae y la carcajada de la realidad en los paraderos, y está Lima en los sueños de los mendigos profundamente dormidos, en las ‘combis’ que aparecen como cucarachas sin control por en medio de la calzada cerrando el paso a cualquier peatón o auto que se les cruce, son los veranos inclementes de balcones sudorosos de kilómetros de ansia en el asfalto hirviente.

Lima en parte es la avenida del Corregidor tan verde como una pradera, además Lima es una nube tempestuosa que no se decide a estallar, es un cerro llamado La Capilla, un caminar lento a un edificio de tres plantas, la madera intacta del piso pulido, el color blanco de las paredes, es Ella aseándose en una tina que nunca usamos, Lima es un televisor robado en una pared formada por cientos de ellos pero de marcas distintas, es también una reja negra soldada a la pared verde olivo, un jardín que crece, un paquete de cocaina guardado en el escritorio del mejor vendedor de accesorios para tuberías.

Lima me cae de lleno en sus paraditas-mercado, en sus parques limpios de los barrios exclusivos, en sus áreas verdes llenas de arena de los conos, es un grupo de autos que cuestan 80 mil dólares cada uno y que además se deslizan plácidamente abriendo la pobreza de par en par.

Lima es semáforo en ámbar para toda la vida, un tren eléctrico que lleva 15 años de retraso, una vía doble encima de una vía doble, es el Jockey Plaza para mirar, y mirar, es el café después del cine que se puede combinar con helado. Una pista de hielo que naturalmente ocupa una fria caida de aprendizaje.

Lima es mi amigo Angel, es mi amigo Alfonso.

Lima es mis ganas de traicionarme y traicionarla y tumbar todo y hacer un desorden de mi vida, es un querer que se cultiva y crece en la berma central aunque no tenga una sola semilla. Es un edificio en construcción, es una chica en buzo subiendo las escaleras de madera, una oficina sin contemplaciones y otra en la acera del frente perdona vidas, una impresora en mal estado, un escritorio desafiante delante de unos ojos de fuego, Lima es la razón de la locura, es la avenida Wilson al amanecer cuando se intersecta con la avenida Tacna y no dan ganas de seguir, sino buscar a un cronopio llamado Roberto Omar Loyola Sato. Lima es Julio Ramón Ribeyro en el Bizarro mirando alegre a sus amigos, Lima es Miraflores y su playa vista desde Larcomar para ver los mundos a flote de los barcos fantasmas que recorren costa abajo la ruta de los piratas. Lima es en el nombre de las villas una herida sangrante y sedienta que no tiene agua, un intento de sonrisa, una manifestación en Palacio de gobierno, una batalla en la Plaza de Armas, Lima se convierte en piedras y puños contra armas de fuego y carros de combate, Lima también es el amor lamiéndose las heridas del día siguiente, y una carrera apurada delante de cien policías armados, con Ella de la mano.

Lima es el cielo azul saltando desde tus pupilas, el centro de toda obra humana que separa nuestras vidas como un océano austral, que debía estar allí y que solo desde Lima se puede ver. Lima es acaso un hasta luego, es un cuidate, un cubículo, es tu desayuno en la cocina, es mi segunda venida, es la corrosiva forma que toman los destinos de los guerreros que no se animan todavía. Es un chico malo que me estira la mano para que le dé cincuenta céntimos, es esa pistola que se llevó mi celular, ese miedo, ese insulto, es esta tranquilidad ante lo que tiene que pasar delante del plomo desnudo, y que nunca sabré de donde me viene.

Lima le gana en historias a un mar de naufragios pero no se ha dado cuenta, y sin embargo Lima es un pirata navegando cómodamente en una consultoría de tripulación pacífica y amariconada. Lima es un maletín por fuera y un diario chicha por dentro, es la guantera que se abre al salir por una de las vías de la Av. Javier Prado. Es una policía arrastrada por una camioneta rural tipo combi que partió con rumbo desconocido.

Es un corazón harto de hacer el trance de regreso a la verdad, es la cinta amarillo eléctrico donde cobran peaje, es un alcalde que sabe de botánica, una broma que se cuenta en la cama, el lento brote blanquecino de la luz de las mañanas, es tu blusa, tu blue jean, y también es el breve espacio en que todos somos iguales al invierno una cuadra antes de bajar del autobús.

Lima me quema el corazón y me incendia el alma cada vez que el amor llega y se confunde con la tarde, y cambia de lugar como en un juego de los espejos. Lima me espera, lo se, pero ignoro donde. Lima es la negrura armada de las madrugadas, el hospital, el cementerio donde me robaron unos trebejos de ajedrez, Lima se transforma en las mujeres de los paraderos que miran sin mirar, la paciencia venida a menos de los bocinazos, un aura que rodea al estadio nacional por las noches de fútbol, y porque no, una vedete que se perdió en la primera plana de ‘el ajá’, es un mar embravecido que me invita a salir de cuando en vez. Es la humedad nasal de Barranco, y una cerveza helada, intrínseca de todo el conocimiento último e inservible. Siento que Lima camina dentro de mí como un tigre lejano que percibí en un viaje extático al pasado de mi alma, y creo que la llevo dentro tanto como los tacones que suenan de lejos en las escaleras, y que me encanta recordar.

jueves, mayo 05, 2005

Desde el abismo de las calles

Lima, 6:00 pm, un lunes en agosto. Una sola palabra, una sola. Existe esta tarde, el color ocre de la aurora, el humo, los autobuses, una cabina telefónica única, vacía en la acera opuesta, esperando, esperándome. Más adelante una librería, el umbral de un pórtico, un edificio enventanado en grilla perfecta, la cafetería al color del sol, las paredes anaranjadas de cara al mundo rodeando seguras el centro comercial. Existe un letrero enorme que invita a entrar, un cine en el segundo nivel abierto por la noches, un anfiteatro de gradas concéntricas, un panóptico de cara al cielo, un ascensor en forma de tubo transparente, gente caminando su vida, la vereda de motivos incaicos, guardianes recios con rostro de ande. Sostengo el auricular, y la música intenta salir débil al mundo mientras la tarde respira del tiempo que se ondula en segundos interminables. Te veo. Caminamos y nos detenemos. Un café semivacío. El azúcar en las tazas se decanta, hablo dos o tres palabras, un ruido que sale de mi boca. La línea de contacto es débil, te escucho apenas, te siento borrosa, se agita tu cabello, detrás tu voz y entonces la marea del viento de las calles -que también es el tiempo- entra en el recinto y te lleva conmigo a un silencio de arena y en desorden bajo por tus labios, despacio, antes de verte otra vez ausente en medio de auroras boreales que se repiten en los escaparates de cristal.