jueves, mayo 05, 2005
Desde el abismo de las calles
Lima, 6:00 pm, un lunes en agosto.
Una sola palabra, una sola.
Existe esta tarde, el color ocre de la aurora, el humo, los autobuses, una cabina telefónica única, vacía en la acera opuesta, esperando, esperándome. Más adelante una librería, el umbral de un pórtico, un edificio enventanado en grilla perfecta, la cafetería al color del sol, las paredes anaranjadas de cara al mundo rodeando seguras el centro comercial.
Existe un letrero enorme que invita a entrar, un cine en el segundo nivel abierto por la noches, un anfiteatro de gradas concéntricas, un panóptico de cara al cielo, un ascensor en forma de tubo transparente, gente caminando su vida, la vereda de motivos incaicos, guardianes recios con rostro de ande.
Sostengo el auricular, y la música intenta salir débil al mundo mientras la tarde respira del tiempo que se ondula en segundos interminables.
Te veo. Caminamos y nos detenemos. Un café semivacío. El azúcar en las tazas se decanta, hablo dos o tres palabras, un ruido que sale de mi boca.
La línea de contacto es débil, te escucho apenas, te siento borrosa, se agita tu cabello, detrás tu voz y entonces la marea del viento de las calles -que también es el tiempo- entra en el recinto y te lleva conmigo a un silencio de arena y en desorden bajo por tus labios, despacio, antes de verte otra vez ausente en medio de auroras boreales que se repiten en los escaparates de cristal.
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