Estoy en el auto pasando calles Musa, La Molina. Una gran canteras de arena al costado de la carretera y una similar, pero clausurada, un par de kilómetros al este, por donde sale el sol. El valle en el cual nos adentramos es similar a Caral. Estribaciones de mediana altura peladas por la erosión y el calor de imágenes en diapositivas plantadas de raiz en la tierra feliz y ardiente con sus árboles tercos plantados por los pobladores; para luego dar un sofocante paseo al medio día que me recuerda también a un trozo de desierto ignoto.
Veinticinco minutos de la avenida Javier Prado, donde circulan autos y demás fauna metálica, y luego solo ese puñado de minutos para alcanzar la aridez tranquila y segura donde empiza Cieneguilla, los corredores de árboles acompañan al conductor, los restaurantes campestres invitan. los caminos se estrechan para subir a condominios privados, selectos, distantes casi necesarios para sus dueños. Varias preguntas aparecen en la mente, y la mente me da respuestas sueltas, desvencijadas, sudorosas. Entonces es momento para un choclo con queso, detenernos, esperar y regresar doblando curvas maestras, empinadas pendientes y con soltura deslizarse através de los cerros monocromáticos, y permanece en la boca un sabor a tierra cocida por el sol, la gran via expresa y el metropolitano se dejan ver, hemos regresado.
domingo, abril 15, 2012
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